El enseñante estimaba tener en el aula dos somnolientos, un orbitante en la estratosfera y diecinueve mártires de la insoportable y meticulosa demostración, que podía obviar pero a costa de afectar su reputación de enfrentar las piezas difíciles del curso, mérito que no alcanzaban otros colegas.Así pues, continuaba con el abstruso y desmotivante procedimiento, cuando el atorrante proclamó malicioso: “Nadie entiende profesor”.
—Nadie es inteligente, contestó este con voz neutra y calma, sin asomo de ira, insertando la réplica en el discurso, entre la afirmación matemática y la necesaria y suficiente argumentación que acomodaba por profesionalismo.
—Nadie quiere atender, volvió a la carga, descarado y con insidia, el francotirador agazapado. Los demás, boquiabiertos, escribían haciéndose los atontados pero atendiendo a la tímida contienda verbal.
—Estoy convencido que de esa manera —respondió el profesor haciendo una levísima pausa y reanudando con insólita convicción—, nadie entenderá con facilidad.
Entretanto iba esforzándose, sin revelar su incomodidad, en arrumar la extensa suma de términos en la línea que debía finalizar en el borde inferior derecho del tablero. Esperaba así, con elegancia, reanudar el siguiente renglón argumentativo de la inducción en el borde superior izquierdo, que ahora señalaba con un índice, mirándolos al preguntar: “¿Aquí ya se puede borrar?”.
—Nadie copió esa parte, mintió suplicante el risueño duelista, confiado de hallar algún aliado en la clase, algún personaje, lento y desvalido, que con él se interpusiera a la implacable aniquilación emprendida con ritmo férreo por la almohadilla y ya autorizada por otras voces. —¡¡No!! exclamó.
—¡Cómo lo lamento! dijo el enseñante con fingida aflicción —nadie fue el culpable—, incriminó. —Apresurémonos para acabar antes que se nos agote el tiempo y, en venganza, nadie se queda en el aula-.
Escribió tres extensas líneas más. Subrayó doblemente la última expresión y marcó con sonoridad el punto final. Giró para enfrentar cara a cara al presuroso grupo de tomanotas y celufotógrafos que fijaban los resultados y les preguntó: —¿Alguien tiene una pregunta?
—Nadie, respondieron a coro.
—Esperemos a que la formule y yo la explique—, dijo sonriente —y como a nadie le gusta recibir trabajo para después de la clase, escriban el deber para mañana. —Nadie puede ayudarles con las dudas, ironizó al final.